Presentación
El jigüe es precisamente esas apariciones que uno encuentra en el trabajo; es el sentido de la creación. Es el ánimo que mueve a la imaginación, a la vida del monte. Una conmoción que trae un resultado antropomorfo, por la sugestión del individuo solo en el medio del monte. Él solo rodeado de la noche, el misterio de la luna, el sonido del viento, de las faunas... Un rollo de bejuco parece una cabeza donde se posa una lechuza, donde silba el viento, donde se ve un relámpago, apareciendo y desapareciendo.
Es un elemento vital, que representa esencias, y no a través de cánones. No es una persona; es la vida, un misterio, algo que uno siente: el sentido de la creatividad, de la expresión. Es mimético como un caleidoscopio.
Y esa es la esencia de él, que es la esencia de la naturaleza. La naturaleza es infinita en cuanto a las mutaciones de las formas. Como las huellas de las manos; aparentemente nosotros somos iguales todos, y sin embargo nuestras huellas son diferentes. Ese sentido de lo diferente, de lo que produce algo nuevo, ese es el jigüe.
Nacimiento
Pensaba que la finca del abuelo era el mundo, y no lo cambio por ninguno. Quizás ahora hay un margen más amplio, una visión más amplia de lo que es el paisaje y la naturaleza, pero para mí la finca fue un despertar a la vida.
Me llamaba mucho la atención la riqueza que había en los insectos, las plantas, los animales; lo que mueve a la vida, o sea, no decir la vida es esta muchacha bonita y copiar su rostro, sus piernas o su cuerpo; aquella planta o aquel paisaje. Esas maravillas a mí me gusta disfrutarlas y vivirlas tal cual son originalmente. También me atraían las anécdotas y los cuentos de lo que sucedía, de las apariciones por las noches. En las reuniones familiares se hablaba.
Allá en la casa de abuelo, al fondo, quedaba el río Lorenzo Díaz. Atravesaba y desembocaba al Golfo de Guacanayabo. La finca tenía treinta y pico de caballerías, llegaba hasta la orilla del mar. Si la marea subía, todos los peces entraban. Mis tíos tenían una cerca hecha de cujes, como una gran portada. Cuando se retiraba la marea, el agua se iba hacia el mar; cerraban la cerca y los peces se quedaban presos de la parte de acá. Aquello era... Enredado con aquellos animales, metiéndoles palo, y agarrando peces con redes más pequeñas. Yo siempre traía peces pequeños para criar en la casa, meterlos en latas, hasta que se morían.
Por la mañana cuando uno se levantaba, cuando uno abría los ojos... creo que antes de los ojos se abren los oídos, entraba toda esa algarabía del mundo del monte despertando, millones de aves con un chiflido diferente, un canto.
Todo ese mundo va haciendo que uno respire y con un suspiro llene los pulmones de aire. Después viene el olor como de la neblina, como el olor fresco de la ceniza, como la ceniza cuando se humedece. El olor de las flores, de las plantas, desvanecido. Hay plantas nocturnas que cobran mucha fuerza, pero con la fresca de la mañana es un olor suave, que invade.
A mediodía se torna todo un poco salvaje, sudoroso, molesto. La luz molesta a los ojos. Hay algo que te invita al recogimiento, al reposo, al descanso.
Cuando paso por la orilla del mar, voluntariamente se me empiezan a inflar los pulmones. Siento como cuando uno toma una medicina, un tónico, no sé... Se me hincha el espíritu. Las aguas en general, porque el río también me motiva, pero un poco más íntimo. El mar es mucho más lleno de mundo, de historias, de recuerdos, de cosas grandes.
Claro, que uno no puede tener todas esas maravillas del mundo, uno vive en un lugar. A veces siento nostalgia al pensar que la vida se va a acabar algún día, y que esas cosas no las voy a sentir yo más.
La vida
Fui guerrillero. Era una cosa tan natural, en aquel momento toda persona que tuviera raciocinio, no fuera un imbécil, o alguien muy responsabilizado con el gobierno de turno... No es ninguna hazaña rebelarse contra lo que trataba de mutilar la vida. Era una vida muy inhóspita, criminal, incierta, inhumana, absurda, detestable. Toda persona que amara la vida, lo menos que podía hacer era defenderla.
Nunca pinto, incluso ahora, lo fabricado por el hombre. Pinto siempre las cosas endémicas, las que nacen de la naturaleza. Y no la apariencia de los insectos, no la apariencia de los reptiles, de toda esa fauna misteriosa que despierta el campo a la vida. Algo desconocido, velado por la noche.
Lo que me mueve a pintar es el ánimo de transformación. Por eso es que en las cosas mías la vida la puede sugerir una planta, un insecto, una persona, una idea casi siempre antropomorfa. Porque siempre veo las cosas humanizadas, relacionadas.
Toda esa conmoción, esa fauna del monte, se relaciona, da la impresión de algo que recuerda al ser humano. Todas esas cosas convergen, se va modelando como un rostro, donde los ojos pueden ser de ave, reptil, persona, o de cualquier cosa. Lo importante es que tenga ojos.
El elemento es vida en constante transformación. Me interesa más de la obra la transformación que sufre en el proceso de trabajo, que el hecho de que sea mujer, hombre, animal o planta. Es la vida: es hombre, animal, mujer, planta, tierra, aire, sol. Pero no dado a través de la copia, sino dado en un lenguaje de signos el ánimo que mueve a la transformación.
Me gusta mucho acudir al origen, conocerme a mí mismo desde el principio. No conocerme al final, como si ya hubiera nacido adulto, sino conocerme en el embrión, desde adentro. Así la naturaleza la trabajo desde adentro, desde algo que empieza antes de la semilla, y después cuando empieza a brotar.
Me mueve el mundo en que vivo inmerso, en el que nací, me desarrollé. Este mundo de isla, que tiene toda la poesía del monte, de las tradiciones. Es muy nuevo, muy fresco, muy fácil de llegar a la raíz, a los principios.
Tenemos la suerte de ser una nación fundada a través de diferentes etnias, diferentes sangres, diferentes razas. Tenemos una herencia muy rica en América con todo lo que nos ha legado la etapa precolombina, los sonajeros, las formas antropomorfas de las figuras, todas esas cosas de las vasijas. Y la riqueza que da el trópico.
En mi pintura el resultado es que hay de todas esas raíces. No cogerlo como una escuela, de decir: voy a pintar afrocubano, cubano-hispano, cubano-chino. ¿Qué es eso? Somos cubanos, y no por chovinismo, aunque antes era más chovinista. Ahora me doy cuenta que no, que uno debe ser más universal.
El producto es cubano, nosotros no somos africanos, no somos españoles, no somos europeos. Sí tenemos una forma muy diferente. Es decir, la riqueza que tienen todos esos países por separado, le pertenece al mundo. Igual que las que nosotros tenemos pertenecen al mundo. Es linda la variedad, lindo el hecho de que cada cual pueda aportar su idiosincrasia.
En el arte lo que da la pista no es lo consciente. El arte es... no el conocimiento, porque el conocimiento lo que hace es perpetuar y repetir lo mismo que se hizo, como una artesanía, como una academia. El arte es cuando toda esa sabiduría, todos esos sentidos, se organizan y te da algo que a ti mismo te va sorprendiendo. De la nada no se hace nada. El creador absoluto no existe. Nosotros no somos dioses, pero sí somos --como se dice-- a su semejanza.
El arte te enseña a reflexionar, a aprender, a sentir, a educar verdades. Y esas verdades te dan la estructura para crear algo diferente, no algo absolutamente nuevo. Algo que motiva, algo que ayuda a vivir, a despertar alegrías...
Pienso que el hombre del siglo XX no es diferente al hombre del siglo I, me refiero a sentir la vida, el amor, a tener las posibilidades de desarrollo, de amar a sus hijos, su madre, su esposa, al prójimo. Lo que sucede es que hay una herencia que se va acumulando. El hombre del siglo XX no es ni más inteligente, ni más desarrollado, ni más humano, ni mejor padre, ni mejor hijo, ni mejor marido, ni mejor amigo, ni mejor solidario, ni mejor nada. Es el mismo.
La muerte
La originalidad pura es el origen, siempre lo busco. Nacemos igual que hace 20 000 años, sin saber hablar, sin saber caminar, pero con un talento que se puede ir desarrollando de acuerdo a la herencia que uno tenga, o de acuerdo al amor que uno sienta por la naturaleza, o a la pasión que uno tenga por la vida.
Por eso una persona que esté muy bien, saludable, y sin embargo no tenga pasión por la vida, se queda un poco sabiendo caminar, un poco sabiendo hablar, un poco con deseos de comer, y un poco con los instintos primarios. Y vive: nace y muere, no deja nada, no florece, no aporta nada, no enriquece la vida.
No le temo a la muerte. Pienso que no soy muy egoísta, pero en eso sí soy un poquito egoísta. Me parece que la vida es más corta de lo que debía. Creo que el ciclo debía ser más largo, porque en la forma que llevé la vida... Hay personas que empiezan por el final, quizás les va mejor, no sé.
Hay quien tiene 80 años y se está preguntando por el futuro. No entiendo. Me parece que el futuro lo tiene que vivir uno en vida. El presente y el futuro. Si te pasas 40 años preparándote para la vida, para cuando eres capaz de dar frutos, a partir de ahí ese es tu futuro. Futuro constante que tienes que ir enriqueciendo, viviendo.
Cuando uno se prepara para eso, ve que ya le queda poco. No conozco eso todavía, pero por lo que veo la gente tiene menos fuerzas. Dicen que empiezan a dejar de desear cosas. Y yo deseo tanto la vida que me parece que no, no concibo que uno pueda dejar de desear.
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