martes, 21 de junio de 2011

A MEDIA CUADRA DE LA GLORIA

Entrevista realizada a Manuel Vidal el 5 de julio de 1999

De lo que cae / se hacen los días, / envuelto en luces / y regresado / a sombras.
Nací a media cuadra de una gran fábrica de galletas y caramelos, si existe todavía se llama La Gloria. A veces le digo a mis amigos, muy irónicamente, que nací a media cuadra de La Gloria y que con los años cada vez me he ido alejando más de ella.
Durante mi infancia y la de mi hermano (Antonio Vidal), que nada más tenemos una diferencia de un año, él es uno mayor que yo, nos pasamos oyendo a mi padre contarnos y contarle a mi madre todo el mundo de su infancia. Mi madre era de una aldea del interior de Galicia, pero mi padre era de una junto a la costa.
Casi desde que nací me encontré, a pesar de que mi padre era de un origen muy humilde y sólo había tenido la oportunidad de ir unos pocos años a la escuela, que siempre mi padre leyó. Tenía una buena cantidad de libros, había por supuesto un Quijote. Recuerdo vagamente que había una novela, Espartaco, creo de un autor italiano, sobre la vida de este personaje histórico.
Pero una mayoría de los libros, y de los que más leía y releía constantemente, eran de filosofía. No de los grandes filósofos, esos que todo el mundo conoce, sino una filosofía que mucha gente llama para la vida. Supongo que me despertaron ciertas inquietudes que continuaron desarrollándose y siguen desarrollándose hasta hoy.
Un recuerdo que tengo muy bonito de la relación entre mis padres, mi madre no había tenido la oportunidad de aprender a leer, era analfabeta, mi padre siempre le leía, de todo: fuera el periódico, alguna noticia interesante.
Además el recuerdo más permanente y duradero de mi madre, es que mientras trabajaba casi siempre estaba cantando, las canciones que estaban de moda. Ella las oía en la radio, a veces íbamos a ver películas españolas: esto me hace pensar que tenía una gran memoria: las que se cantaban en las películas las memorizaba y después las cantaba. Estos recuerdos son bastante infantiles, en realidad mi madre murió no cuando era muy niño, pero sí en lo que algunos psicólogos llaman la segunda infancia.
 
...cuando la Venus / anochezca en alas, / mi amor entero / será su amor.
Cuando me casé por primera vez, la familia de mi esposa nos pagó un viaje a Nueva York. Viajamos con uno de los cuñados de ella, que iba a pasarse dos meses allí. Nosotros teníamos la intención de estar por lo menos seis. Al entrar, como él era quien sabía inglés, dijo que íbamos a estar dos meses. Entonces tuvimos que limitar el tiempo.
En esos dos meses hicimos algunos trabajos para juntar dinero y además visitamos muchos museos. La muchacha con que me había casado, que tenía la misma edad que yo: 24 años, estaba estudiando en la Academia de San Alejandro. Posteriormente se iba a convertir en una pintora importante (Antonia Eiriz).
Esa experiencia, esa relación con lo que pude ver en los museos, fue uno de los hechos más importantes de mi acercamiento y comprensión del arte. Muchas veces he pensado que tal vez fue tan importante porque fue en el momento justo. O sea, estaba preparado, estaba receptivo para percibir de una manera muy concreta lo que iba a ver.
Gran parte de la pintura que vi allí, la conocía por láminas. Esto me hizo comprender de una vez y ya para siempre, que las láminas aun las mejores del mundo, nunca se parecen al original. No tienen que ver casi nada con el original. Puedo contarte hasta anécdotas que ilustran eso: recuerdo el primer día que fui al Museo Metropolitano de Nueva York, había una gran sala a la entrada llena de vitrinas, donde había reproducciones bastante baratas de los cuadros y de las esculturas que ellos tienen. Hablé con mi esposa: vamos a comprar montones pero al salir, no vamos a andar con todas esas cosas.
Después que vimos los originales, cuando salimos todo nos pareció tan miserable que no compramos ni una. Claro, posteriormente he hecho una cierta rectificación: he aprendido que las láminas pueden ser un referente cuando uno conoce la pintura.
Hay tres museos en Nueva York que son determinantes para mí: el Metropolitano, que es de arte antiguo; el de Arte Moderno, y uno del cual generalmente casi no oigo hablar; de estos pintores que viajan y me hablan de sus visitas a museos casi ninguno me habla de que haya ido a verlo: el de Arte Hispánico. ¿Por qué? Porque además de la pintura y la escultura de los grandes españoles, algunos antiguos y otros un poco más modernos, hasta del siglo pasado, había muebles también vetustos: armarios, bancos, sillas... Un poco que empiezo a descubrir el parentesco que había, esencial, entre aquellos muebles y las obras de arte.
Por características de personalidad, cada vez que he ido a un lugar he estado por lo menos una semana. Cuando fui a Madrid estuve tres meses. También desarrollé esta característica que un poco que la aprendí cuando estuve en Nueva York. Como los museos son lugares tan grandes y tan agotadores, siempre creé un tipo de conducta: el primer día iba y lo veía todo y no veía nada, o sea lo situaba todo, sabía dónde estaba cada cosa. Con el Museo del Prado eso: el primer día, y ya cuando volví la próxima vez dije: hoy nada más que voy a ver la sala de Velázquez. Después volví otra vez: hoy nada más que voy a ver al Greco.
Después de Madrid hice un viaje de una semana a Toledo, ciudad muy antigua, se insertaron allí muchas culturas: lo español, lo árabe y lo judío. Entre los lugares que fui estaba la casa de El Greco, que está convertida en museo. Cuando volví por segunda vez, la muchacha que vendía los tickets preguntó: ¿usted va a volver todos los días? Ah, entonces no pague.
Pasé en París el cambio de año: del 60 al 61. Visité museos, galerías, y un día otro cubano que estaba becado en París me dijo que iba a Holanda, que si quería ir con él. “Vamos a Holanda, vamos a ver a Van Gogh y a Rembrandt, vamos a conversar con ellos”. Nos quedamos a medio camino en Bélgica, estuvimos unos días en Bruselas y en Brujas, una ciudad medieval, que de los lugares que he visitado creo que la única que le es comparable por mantener esa cosa antigua con tanto respeto, y tan igual a como fue hecha, es la ciudad de Santiago de Compostela.
De allí seguimos hasta Amsterdam, donde estaban, no sé como será ahora, los museos más importantes de Holanda, tanto de arte moderno como antiguo. Estuve en el que está la colección más importante de los cuadros de Rembrandt; está uno inmenso: La ronda nocturna; cuando uno entra en esa sala es como si estuviera en un teatro.
En esa misma ciudad está también un museo de arte moderno maravilloso. Tengo entendido que hace algunos años se hizo un museo especial para la obra de Van Gogh, en aquel momento estaba en el Museo de Arte Moderno. Es una de las experiencias más emocionantes que he tenido con el arte, encontrarme en carne y hueso con las obras de Van Gogh.
 
Como un espejo / de descubrir / los sueños. Como una piedra / de resistir / los años.
Hace algunos años se me ocurrió hacer, dentro de mi cabeza nunca lo escribí ni hice ninguna lista con eso, se me ocurrió de pronto hacerme a mí mismo una lista de las gentes, las relaciones y las amistades que había tenido y habían sido importantes en mi vida. Esta lista empezó con un niño, allá en mi infancia, de cuando todavía ni yo sabía leer ni mi hermano tampoco, uno o dos años mayor que nosotros, y que cuando llegaba el periódico con las páginas de historietas él nos las leía. Todavía recuerdo su nombre: Gonzalo.
Este niño era muy imaginativo y era capaz de ponerse a inventar cuentos, que iba inventando según los iba haciendo, no los copiaba ni los cogía de ningún libro. Los iba inventando por el camino y eran cuentos que no terminaban nunca. Nos pasábamos horas y horas oyéndolo contar.
Después la lista continuó. Por ejemplo, un amigo con el que iba al teatro. Vivíamos los dos en Luyanó, relativamente cerca, unas pocas calles. Cuando terminaba de comer en mi casa, iba a la de él. Ya todos estaban retirándose y él ponía la CMBF. Durante una hora entera estábamos oyendo el concierto. Ese fue mi primer acercamiento digamos que serio, con rigor, a la música llamada sinfónica, clásica. Después conversando le dábamos la vuelta entera a Luyanó.
Después hubo otro que conocí en una exposición. Ya hace algunos años que no vive en Cuba, vive en París: se llama Guido Llinás. Era unos cuantos años mayor, tenía más información, más conocimiento de la pintura. Me prestó algunos libros, yo visitaba exposiciones con él y me hablaba. Empecé a dejar un poco el mundo de los muñequitos, de las historietas, para entrar con pasos más firmes en el mundo de la pintura.
Los dos años que estuve becado en Europa, la mayor parte del tiempo en España, hice también algunas buenas amistades. Conocí en un momento dado a un pintor, uno de los importantes de España y de Cataluña: José Guinovart. Me hace gracia que cuando veo su currículum, en ese año que nos estuvimos tratando él no expuso. Casi nada más que se dedicó a conversar conmigo. Yo estaba terminando de desayunar y él me llamaba por teléfono desde su casa, vivía cerca, me decía: ¿nos vemos? Salíamos, visitábamos museos, muchos pueblos de Cataluña; me presentó a otras personas que él conocía. Fue una cosa tan importante para mí como para él. Cuando ya estaba al irme, él me habla de que tiene que volver a empezar a exponer, que se había salido un poco de su mundo.
Un muchacho con el cual tuve amistad hace unos pocos años, nos tratamos con cierta frecuencia, ahora está viviendo en España, en una carta que le escribió a mi esposa refiriéndose a mí dijo: la persona más útil que he conocido. Y no se refería a esa utilidad de las cosas prácticas, nunca le di nada material, sino a la importancia del intercambio, que le había permitido comprender muchas cosas, tal vez comprenderse mejor a sí mismo. En otra carta a Hilda le decía: reparador de elogios y destructor de sueños inútiles.
 
El tiempo es un balcón, donde / se posan las palomas del recuerdo.
En este mismo momento no estoy dibujando, pero no quiere decir que de cuando en cuando vuelva a trabajar. Comparto mi obra de pintor con la literatura. A veces estoy trabajando en la poesía, en los cuentos, en algunos textos sobre artes plásticas.
Cuando era más joven era un psicoanalista natural. Mi observación de los seres humanos me hizo tener cierta comprensión de ellos y de mí mismo. Eso me recuerda una idea de Carlos Marx: cuando los seres humanos no nacen con un espejo, se reconocen en los demás. Entonces los demás se pueden reconocer en uno. Unos somos espejos de otros.
En un momento sentí que tenía que dar una base más sólida para ese conocimiento, hace un poquito más de un cuarto de siglo, empecé a leer de manera sistemática textos de los grandes psicólogos. En estos 25 años los he leído a casi todos.
Me he leído a una gran parte de los grandes psicólogos, psicoanalistas y psiquiatras de estos últimos 100 años. Hay un texto en particular al cual he dedicado, claro ya con el interés no solo de la psicología, sino también como una herramienta que me permite tener un conocimiento más profundo del artista que hace la obra. Es un libro fundamental, ya no hay nadie que lo niegue, lo publicó Sigmund Freud en 1900: La interpretación de los sueños. Es tan fundamental porque en realidad se podría llamar La interpretación de los símbolos.
Alguien ha dicho que el ser humano es un animal simbólico, que se expresa con símbolos. La interpretación de los sueños, para quien haya profundizado en este tipo de conocimiento, permite descubrir en la obra de un creador, sea pintor, poeta, narrador; y con algunos detalles de su vida, por qué el individuo hace lo que hace.
No cuelgo mis obras en mis paredes. Hay una tradición japonesa, ellos pintan en cada extremo de una cinta de seda que tiene un palo y se enrollan. Ellos no las tienen puestas permanentemente, sino que cuando se sienten tranquilos, satisfechos, y muchas veces en lo que llaman la ceremonia del té, todo un ritual, entonces ponen su pintura y la disfrutan.
Tengo cientos de dibujos por ahí atados en sobres y de cuando en cuando, cuando siento que el ambiente puede ser propicio, con algunos amigos, muchas veces son jóvenes pintores, saco un sobre y durante a lo mejor una hora estoy enseñándoles. También creo que no se debe nunca abrumar. Un sobre puede tener 20, 30 dibujos, alguno un poco más, eso es bastante, eso es una exposición.
Se ha dicho muchas veces que el hombre es el único animal que sabe que se va a morir. Eso por un lado le crea inseguridades, no sabe el tiempo que va a durar. Pero por otro lado, le crea certezas: porque sabe que no va a ser infinito. En cuanto a mi propia inseguridad, o certezas que pueda tener sobre mi propia obra, con un tiempo bastante largo de ejercicio, tengo por ejemplo esta certeza: no soy un genio Creo que en este país, como en casi todos los países del mundo, hay muy pocos genios. No soy un genio, pero creo que he hecho unos cuantos dibujos que están bastante bien, algunos poemas que están bastante bien, y he escrito algunos cuentos que están bastante bien.
 
 (Los textos en cursiva pertenecen a: Vidal Manuel, Tratado de amor, Serie Leva, La Habana, 1964)

No hay comentarios:

Publicar un comentario