viernes, 17 de junio de 2011

MONÓLOGO PARA HILDA VIDAL

Entrevista realizada a Hilda Vidal el 26 de mayo de 1999
Conviene siempre tratar de ser interesante más que preciso, porque el espectador todo lo perdona salvo la pesadez.
                                                                      Voltaire

Escena 1
Al centro, un silloncito de pajilla y madera. Papeles y creyones desparramados en el piso. Dos viejecitas, que escaparon de un texto de García Lorca, cargan decenas de muñecas de trapo. Música de Mozart comienza a sonar y sincrónicamente la luz encuentra a la sosegada niña.  Se oye la voz de Hilda Vidal.
Los Días de Reyes eran fabulosos. Mi papá era muy cubano y seguía las tradiciones. A nosotros nos traían los Reyes Magos, o sea el día 5 de enero por la noche. Papá Noel lo que nos dejaba el 25 eran unas boberías. Mi hermana una noche sintió los camellos en el patio. A las cuatro de la mañana íbamos para la sala y estaba llena de juguetes.
Me encantaban las muñecas, ya en eso se veía la vocación. Vestirlas, les hacía ropitas, al principio malísimamente mal, chapuceramente. Me gustaban las cuquitas, las casitas de muñecas amuebladas, unas que había de dos plantas, de  metal, policromadas.
Cuando era niña quería ser pintora. Hubo un momento en que dije que médico, por la influencia de mi papá. Entonces él me dijo que podía estudiar lo que quisiera, que lo que él me pedía era que hiciera el bachillerato, porque teniendo el bachillerato en cualquier momento de mi vida si cambiaba de opinión, podía estudiar una carrera.
Cuando terminé el bachillerato tenía 17 años y me di cuenta que no quería aprender pintura de la manera tradicional, aburrida, de que me dijeran esto es así porque sí, pones esto así o asao, y copiar no sé qué. Quería hacer una pintura más creadora, que saliera lo que quería expresar, sin que me dijeran que no podía usar el negro porque eso es ensuciar el color.
Me decidí a ir a la American Academy que dirigía Lily del Barrio, que tenía el sistema de          Parson´s, de Nueva York. Llegué, me hicieron los exámenes, y cuando manifesté que quería estudiar dos carreras a la vez: Diseño y Decoración, Lily argumentó que eso no podía ser, que nadie lo hacía.
El de Parson´s era un sistema muy bueno. Las carreras eran tres años, pero adelantabas según tu capacidad, porque en una misma clase había de todos los años y le iban poniendo a uno trabajos y uno avanzaba; terminabas este, te lo aceptaban y pasabas al otro. Hice las dos carreras en dos años y era de las mejores alumnas.
Cuando estudiaba en la American Academy, Rubén Vigón, que era un gran diseñador teatral, era el director de la sala Arlequín que estaba en 23, en La Rampa; él iba a dar un curso muy limitado de Diseño Teatral,  escogieron de cuatro a seis alumnos que le interesara.
Vigón era un hombre que sabía muchísimo del mundo teatral, había estudiado en una universidad de los Estados Unidos, no me acuerdo cuál. Las clases muy amenas, y nos enseñó muchísimo de Diseño y de Escenografía.
Cuando se terminó el curso se hizo una exposición, preparé los diseños de una obra de García Lorca, Cinco años después, y se robaron uno, lo arrancaron, estaba en un pasillo. Después Vigón no sabía dónde meterse, era un hombre muy educado. Yo le dije: ¡Ay, Vigón, no importa!, el que se lo llevó fue porque le gustó.
Creo que todo lo que complemente, lo que tenga que ver con la carrera, con el mundo en que uno se desenvuelve, lo que hace es enriquecer. Me sirvió años después para hacer los muñecos y las escenografías para La Caperucita Roja.
Xiomara Palacio, la muy importante actriz de teatro para niños, veía como a mí siempre me ha gustado también hacer esculturas. Pequeñas muñecas de trapo, pero que eran para colgar, no era un objeto para que un niño jugara. Xiomara las vio, y cuando le dieron a dirigir La Caperucita Roja quiso cambiar los muñecos que se hacen de papier maché. Quería otra cosa, quería que yo se los hiciera de tela.
La escenografía fue un retablo, tenía telones detrás para los cambios de escena: eran como unos tapices hechos con retazos. Los muñecos eran de tela: la Caperucita era muy cómica, tenía todos los pelos parados.
Panchita y Loló eran unas tías abuelas de papá. Gente de pasiones y carácter  violento. Panchita, la más suave de las dos, nos escribía a cada rato cuando éramos niñas. Y hacía unas muñecas de trapo que me encantaban. Imagínate la mentalidad de una vieja de setenta y pico de años, que nació en el siglo pasado. Hacía unas muñecas horribles pero encantadoras, con toda la ropa pasada de moda. Esas muñecas influyeron en la expresión de mis figuras, muchos años después.

Escena 2
Exteriores de una mansión del Vedado.  Después del mediodía, el calor arrecia. Pocos  quedan en casa. La poetisa se dirige al auto que hace rato la espera. Como es usual, nadie la retiene. Mientras dura el trayecto, una voz repite: "el tiempo no se pierde con halagadores".
Esta casa queda frente por frente a la de Dulce María Loynaz, hicimos amistad muy pronto, desde que yo era muy jovencita. Ella admiraba mucho a mi papá y a mi mamá. Era de un carácter muy especial. Toda esa fábula que se ha creado ahora de la etérea, dulce como su nombre, y frágil, de eso no había nada.
Tenía los pies puestos sobre la tierra, discriminaba mucho y era selectiva en escoger a quienes ella permitía entrada en su mundo, que en aquel momento era muy pequeño. Estaba prácticamente enclaustrada en su casa y recibía muy pocas personas: el padre Gaztelu, algunas amigas. Siempre tenía la palabra correcta en la boca, una ironía muy precisa que siempre me gustó mucho.
Siempre le caí bien, inclusive tuvo deferencias conmigo. En ocasiones que le celebré algo, me lo mandó de regalo después con una notica diciéndome que le gustaba que las cosas la tuvieran quienes la sabían apreciar, y quienes la querían.
Además, yo no la contemplaba tampoco; por ejemplo, a veces parqueaba la máquina de ella ahí mismo en la puerta de mi casa, si no tenía ganas no la saludaba. No iba allá a asomarme a la máquina: Dulce, qué sé yo...
Luego vino la invasión de homenajes y de gente que no sé ni de dónde salieron que ahora son más amigos y que la conocen más que nadie, nunca se vieron por allí durante muchos años. Me aparté. Me gustaba estar con ella y que me hablara, me contara, todas esas historias de García Lorca y muchas.  Nos sentábamos a conversar tranquilas.
Me sorprende que ahora de pronto le han salido una cantidad de amigos, que yo no sé de dónde... Oigo gente inclusive por la televisión que hablan de Dulce como si hubieran sido íntimos amigos de ella...
Mi padre era un médico cirujano conocido. Hombre muy culto, un apasionado de la pintura, como lo era mi mamá también. Tocaba la guitarra y cantaba. Desde niña nosotros oíamos las canciones de todos los clásicos cubanos: Sindo, los boleristas cubanos y mexicanos como Agustín Lara, en fin... Nos sentaba en las piernas y nos recitaba los clásicos españoles del Siglo de Oro; le encantaba la literatura y hacía poesía. Mi mundo fue culto desde pequeña: clases de ballet, piano, inglés, francés.
Poco a poco, mi padre adquirió pintura cubana. Con muchos pintores tuvo una buena amistad. En su colección hay muchas obras que me gustan: uno que considero que está olvidado y es un maestro, Ernesto González Puig; Loló Soldevilla, que también está muy olvidada; desde luego Portocarrero; una naturaleza muerta de Jorge Arche que dicen los especialistas que la vieron que aquí no hay ninguna, es de su época mexicana.
Mi madre quiso ser pintora. Empezó a estudiar en San Alejandro, era una alumna brillante dicho por todos los profesores. Mi abuela con aquella mentalidad que había de que los pintores no se veían bien, se morían de hambre, que eso no era nada dentro de la sociedad, que ser pintor era lo último. Entonces le dijo que no, que tenía que dejar eso. Para mi mamá fue dramático y trágico. Desde niña oí de ese déficit que ella tenía en su vida, de no haber podido realizar su más caro deseo.
Era una mujer inteligente y discreta. Cosía maravillosamente bien, nos hacía unos vestidos preciosos, porque en aquella época siempre había que ir a todas las fiestas con un vestido diferente. Siempre he podido contar con ella en todo momento... hasta ahora que desgraciadamente está enferma, Alzheimer. Eso para nosotros es muy triste. Mi hermana le lleva un régimen super-sistemático, casi como una academia militar: todo lo tiene que hacer a una hora determinada.
He observado que la persona con esta enfermedad no pierde su personalidad. O sea, cualquiera llega a la casa y ella no sabe quién es, pero le dice cómo está usted, siéntese, pase... Su educación no la ha perdido. Aunque no se acuerda de nada, tú le dices una cosa ahora y ya se le olvidó.
Desde que a mi madre le detectaron esa enfermedad, se me ha creado la obsesión de si yo la padeceré. Continuamente me estoy examinando. Es tremendo una persona que tú has visto en su plenitud, cómo se convierte en menos que un niño.

Escena 3
La artista sola en una galería de arte. Recorre salones interminables. Amelia, Portocarrero, Romañach, Lam, Mariano, Carlos Enríquez, Antonia Eiriz... desde sus obras cada uno le grita la pregunta. A todos les deja hablar sin interrumpirles.  Al final de un largo pasillo, intenta respuestas.
Conocía perfectamente la pintura de Romañach, de Domingo Ramos y de toda una serie de pintores que no eran tan famosos como esos; sinceramente ese no era el rumbo que yo quería coger ni muchísimo menos.
Creo que la mayoría de las artistas que pasan por la academia, se taran muchísimo. Son pocos, en mi opinión, los que logran zafarse completamente de todas las amarras. Incluso los que uno a veces considera que son "modernos", yo tengo esta frase: ese es un moderno pasado por la academia. En el fondo se les nota cierto amaneramiento, cierta recetica. No hay esa soltura, como en el caso de Amelia que sí rompió amarras...
Tenía 29 años cuando conozco a Manolo, a través de un escritor y pintor español muy amigo de él que se llamaba José Cid. Además lo conocía por su nombre, estaba en el libro de los pintores cubanos, aquel que se hizo en los primeros años de la Revolución. Sabía que había sido esposo de Antonia.
Qué milagro que tú que siempre has estado en un ambiente de pintores, no has pintado --me dijo. "Siempre he querido ser pintora, lo que pasa es que no sé cómo". "Si tú quieres te puedo ayudar".
Él tiene un método muy especial, que la gente casi ni se da cuenta que los está orientando. "Haz una cantidad de trabajos y tráemelos"; te vas para tu casa y te pones a trabajar. Cuando se los traes, Manolo los mira: "por aquí debes seguir, debes completar más el espacio"...
No pasé la escuela de arte, el tipo de pintura que hago no se parece a la de otros pintores. Creo que en mi pintura hay una parte maliciosa y una muy espontánea. Una pintura que nada más que sea maliciosa, que cuando vas a pintar sepas todo lo que vas a hacer, eso ya no es creación. La creación se le va a uno de las manos. Aprovecho muchísimo, no yo, muchos desde Picasso, un accidente. Una gota que me cae, un chorreado.
Un galerista belga se fascinó con mi pintura. Cada vez que le enseñaba los óleos, los dibujos, las temperas, el hombre estaba arrebatado. Me resultó muy gratificante. Agradezco encontrar una persona que de verdad entiende, tú sientes que entiende; porque eso es lo que a veces sientes, que no entienden. Hay artistas, pero no hay bastante gente que de verdad entiendan las obras.

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