sábado, 25 de junio de 2011

ESTOS SON MIS GIRASOLES

Entrevista realizada a Flora Fong el 11 de junio de 1999


Recurrente azar, como diría Cortázar. Casualidades que sorprenden cuando uno investiga para escribir. Luego de leída y releída la transcripción de mi diálogo con Flora, o quizás desde antes, por los girasoles, estaba convencida de que debía asociarla con Van Gogh. Cuando le pregunté si no era muy arriesgado pintar girasoles después de Vincent, me dijo: "Puede ser, pero nunca me ha preocupado, precisamente porque sé lo que quiero hacer, y lo que ando buscando detrás de eso.
"Curiosamente mis girasoles han ido a parar a Holanda, para que veas, tengo unos cuantos por allá... Yo también he visto los girasoles de Van Gogh. Pero digo igual con mucho orgullo: estos son mis girasoles.
"Sentí con el girasol que podía hacer justamente una referencia al arte oriental, en este caso a la pintura china, con el negro, y al mismo tiempo utilizar las técnicas occidentales de la pintura en esa misma flor. Me daba la posibilidad doble. Por eso es que están ahí y que a la gente les gustan mucho".
Ya persuadida de que había encontrado el camino de esta entrevista, vino otra idea. Por lo de la ascendencia china, relacionar a Flora con su coterráneo Wifredo Lam. Mas lo de chino, no era lo único que los unía. En la revista Bohemia, en junio de 1980, Lam contaba a un reportero: "Mi casa estaba en la calle Panorama (ya no se llama así) y tenía un patio muy grande con árboles frutales. Había dos que me llamaban mucho la atención: el plátano y la fruta bomba. Yo me ponía a observar todo el ciclo sexual del plátano, todo el proceso de maduración de sus frutos. Eran formas muy sugerentes, que me impactaron mucho".
En mi conversación con Flora, ella reveló: "La serie Platanales surgió cuando me mudé para esta casa. Había vista muchas matas de plátano, pero nunca había tenido tantas alrededor. Pude contemplar desde que nacía hasta que crecía: de repente al otro día le habían salido cuatro hojas enormes, y de momento empezaba a salir la flor, se convertía en tremendo racimo de plátanos. El ver todo eso tan de cerca, me cautivó. Puse el caballete en el patio y empecé a hacer.
"¿Será que uno observa más que el resto de las personas? Aquí llegan personas que le gusta mi pintura y dicen: ¿así es el racimo de plátanos? Nunca me había fijado. Uno dice: ¿qué cosa sucede? La gente a veces vive tan aprisa, o en su mundo, que no se detiene en otras cosas. El artista se detiene en cosas que a lo mejor otros no ven, o aparentemente no ven".
Y mis asombros no pararon aquí. En épocas distantes, Van Gogh y Lam se decidieron por el mismo título para una obra: La silla. Dondequiera que estén, agradecerán que haya pensado en ellos para hablar de pintura y pintores con Flora Fong.
Pienso que en sentido general casi todos los estudiosos del arte que proceden de Europa en algún momento se han remitido al Asia, y en algún momento se han remitido a esa gran riqueza que tienen; en este caso, por ejemplo, la China, en la cerámica, en esa peculiar arquitectura. En fin que precisamente por ser una de las civilizaciones más antiguas de la humanidad, de forma obligatoria los diferentes países (Francia, Alemania, Italia) de alguna manera han mirado hacia lo que es el Asia. Y eso se ha visto en la pintura moderna; en todas las corrientes de principios de siglo.
Pero qué pasa, diría que la forma en que yo lo abordo es como otra manera. Quizás esa condición se produce diferente porque la veo desde aquí, desde el Caribe. Ahí está la clave.

¿Qué conoce de la escritura de los chinos?
Estudié en la escuela Lincoln un poquito de chino, pero realmente no sé nada. Es un idioma difícil, para aprenderlo de verdad hay que trasladarse a China y vivir allí un buen tiempo. Mi intención inicial era familiarizarme un poco con el idioma de manera tal que lo que quería conseguir a través de la caligrafía pudiera ser bien razonado, y como base.
Es decir, saber por qué el gesto caligráfico, dónde nacía la escritura china. Son caracteres muy antiguos, que tienen su fundamento en la naturaleza. Además esos rasgos caligráficos están vinculados al arte, porque realmente los grandes calígrafos eran justamente los artistas, los que se dedicaban a la pintura de paisaje.
Para lo que quería conseguir era fundamental aprender un poco del idioma y saber por ejemplo el significado de algunos caracteres que me interesaban: el de bosque, nube, sol, boca, luna; los cuadrados en sentido general. Desde el punto de vista estético son para mí de mucho atractivo, tienen una gran belleza y un gran poder de síntesis.
Eso me sirvió para conseguir algunos de mis objetivos: una integración, una mirada al lejano Oriente a través de la China, de su escritura, de la pintura de paisaje, vinculada también a lo que venía haciendo y por supuesto a esa mirada desde el Caribe. En una época de mi trabajo hice una pintura que tenía primero ese punto de partida del Asia, y al mismo tiempo estaba muy presente todo lo cubano.
No es que lo diga yo, sino que lo dicen los demás cuando ven mi obra: es muy cubana, por el uso del color, la iluminación, por incluso el procedimiento técnico que tiene que ver con lo que estudiamos en las escuelas, la herencia europea en la enseñanza. Al mismo tiempo tiene ese aliento, ese vuelo que nos remite a la China antigua y justamente es lo que andaba buscando.

Hábleme un poco de cuando era niña...
Mi padre, como es característico en todos los chinos, era un hombre muy trabajador. Muy hábil en los negocios, muy persistente; también muy callado. El silencio era el momento que dedicaba a pensar en su familia tan lejana, y se quedaba así como sumido en el recuerdo.
Llegó muy joven a Cuba, con una coleta; no sabía el idioma, tuvo que trabajar muchísimo. Hasta fue capataz de un central en Ciego de Ávila. Después era comerciante; venía a La Habana a las subastas del puerto; se llevaba contenedores completos para esa zona de Camagüey, Holguín.
Recuerdo mucho una época en que estaba muy ancianito, pensando que se perdía la habilidad que tenía de hacer las cometas. Cuando éramos niños, sobre todo a mi hermano más chiquito, le confeccionaba esos papalotes; algunos en forma de pájaros, movían las alas y cantaban con unos silbatos que se le añaden en la parte inferior de lo que era el cuerpo. Incluso dos al mismo tiempo, y al final se unían en una misma cuerda. Eran cosas realmente hermosas y que llamaban la atención de toda la comunidad. Imagínate: Camagüey en los años 50.
Esos papalotes un poco que los retomé, esa manera de trabajar con el junquillo, papeles, en formatos irregulares. Empecé a hacer algunas piezas, pero con otro sentido, buscando precisamente un camino que me llevara al Asia y donde encontraba un punto de comunión. Cuando fui a China en el año 89, pensaba que era muy común encontrarse con que todos los chinos sabían hacer papalotes. Pero no.
Después me dediqué aquí, en el barrio chino, a averiguar. Fui al asilo; es difícil poder conversar con esos viejitos: muchos han perdido hasta su memoria. Fui cama por cama preguntando; solamente me encontré uno, que ya murió, tremendo artesano y trabajaba la harina: hacía figuritas. Realmente preciosas, las hacía solamente con un peine.

¿Heredó los silencios de su padre?
No de forma tan exagerada. Es totalmente diferente: no tengo esa angustia, el gran dolor, él vivía con la ilusión de volver a China...
En el año 97 estuve en el lugar donde mi papá nació. Mira, se parece a una campiña cubana, con un riachuelo delante, matas de plátano, ovejitas, gallinas. Muy parecido en el color.

¿Qué significan para Ud. estos dos nombres de la pintura cubana: Amelia Pélaez y Carlos Enríquez?
Cuando estudiaba en la ENA, al comienzo, cada vez que me llevaban al museo me quedaba mirando los cuadros de Carlos Enríquez, me gustaba mucho la forma en que trabajaba la transparencia, la forma de realizar sus palmas, cómo mira la campiña cubana...
En el caso de Amelia, siempre ha sido una pintora a respetar porque se entregó totalmente a su arte, creó un estilo de trabajo muy fuerte, muy personal, muy libre de todo. Muy segura de sí misma. Es una preferencia muy grande, pienso que de alguna manera hay puntos de comunión: utilizo la línea negra en algunas obras, y ella también la utiliza bastante, es un poco el acabado de sus obras. Y no porque la esté tratando de imitar, mi pintura es muy independiente de la de ella, diferente. Pero realmente es una pintora que siempre he tenido en cuenta.

Hablando de Antonia Eiriz, Ud. declaró que como ella usaba un lenguaje fuerte. ¿Dónde es más evidente la fortaleza de su lenguaje?
Hay personas que son débiles de carácter, de temperamento. Como se dice: se ahogan en un vaso de agua. Pienso en Antonia; tenía un problema físico que quizás eso también modeló su carácter, su manera de ver las cosas, de ver el mundo, y eso la marcó.
La gente que me ve manifiesta: parece ser una persona muy suave. Todo lo contrario a como me siento por dentro en el sentido de cómo llevar la vida y de cómo emprender, luchar por lo que uno quiere, pienso que soy fuerte.
Me voy a remitir a la infancia: la escuela de Artes Plásticas quedaba como a un kilómetro de la casa. Era la ciudad, pero había que caminar. Tenía la doble la sesión: por la mañana y por la tarde tenía que ir a la secundaria. Inmediatamente que llegaba soltaba unos libros, cogía los otros y seguía para la otra escuela. Y nadie me obligaba a hacerlo.
La escuela de Artes Plásticas era para adultos. El profesor me llevaba de la mano, decía que yo era su mascota. Como me veía tan flaquita y tan jovencita... no sabía qué hacer para ponerme delante del modelo desnudo. Con tal de que dibujara, cogía a la conserje que era una señora gooorda, ya mayor, la ponía al lado mío, para que pudiera dibujar. Un poco protegida. Nunca me olvido de ese profesor.

Pinten, que ya saldrá la cosa... ¿con qué asocia estas palabras?
Fayad Jamis, ese era un cómico. Pinten, pinten, pinten... Siempre estaba escribiendo, en la luna, haciendo sus poemas. De vez en cuando se acordaba que tenía alumnos: ah, qué bien, pinten, pinten, pinten.
Eso era lo mejor: cada cual que hiciera lo que le diera la gana. Llegaba un momento en que Fayad bajaba de su poesía y entonces se ocupaba de nosotros. Era una persona muy culta, e indudablemente te podía dar orientaciones. Siempre fue muy familiar, comunicativo con los alumnos. Casi todos guardamos el recuerdo de una gran gente.

Flora Fong formó parte del grupo de pintores cubanos que ilustraron los Doce cuentos peregrinos, de García Márquez. ¿Le dio placer este trabajo?
Sobre todo porque el cuento que me tocó tenía esa misma sensibilidad que siento cuando pinto los ciclones, bien movidos, con mucho aire. Lo que García Márquez reflejaba en "La tramontana" era un viento aciclonado, arrasador.
Pinté como cuatro piezas, pero cuando pinté las dos primeras no conocía Cadaqués. Pero dio la casualidad que cuando fui a España, estuve allí. Cuando regreso: no, es que Cadaqués es otra cosa. Hay que pintar con todas esas casas tan blancas, que es lo que más se nota allí, con ese mar tan azul.
El Gabo estuvo aquí en mi casa. Tiene una pieza que a mí me gusta mucho, un platanal con mucha luz. Siempre pensé que iba a querer ver su cuento reflejado. Realmente no andaba buscando nada que le recordara ese lugar tan trágico donde pasaba algunas vacaciones. De verdad que era tremendo el viento arrasador de Cadaqués.

¿Qué le gusta hacer además de pintar?
En otra época me gustaba cocinar, pero me ocupa mucho tiempo.
Prefiero concentrar todo el tiempo en mi trabajo profesional. Cuando descanso, salgo al jardín, atiendo los animales, riego las plantas, es lo que más hago. Ver como la lluvia se filtra.
También soy muy matraquillosa con las cosas de la casa: me gusta verlo todo como quiero. Que si la matica va en este lado, que si el color de aquí debe ser este. Es igual que si estuviera en una gran obra.

¿A qué le teme?
No sé ni qué decir. Ahora como que empiezan los achaques de la edad, y hay que cuidar la salud. De momento uno se da cuenta que ya no es tan joven. Y no es que le tenga miedo a la muerte. Es una alerta. El temor no va conmigo.

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