viernes, 29 de agosto de 2014

VÍSTEME DESPACIO

Me violenta la velocidad. No creo demasiado en los que piensan que lo que se hace rápido, queda mejor. ¿Y si nos tomáramos unos minutos de más en pensar lo que tenemos que acometer, no sería distinto? Y de paso nos bajamos del tren del apremio.
En el mundo en que vivimos es una insensatez negarse a la celeridad. Lo sé. Pero lo cierto es que ningún ser humano es igual a otro, y según para qué necesitamos más o menos tiempo. A mí me encanta cocinar, pero no corto la cebolla en juliana con la misma presteza que afamados chefs. En la escuela, algunos niños necesitan más horas que otros para aprender a sumar o a leer, y no por esto deben ser señalados. Aunque pase. 
Es habitual que quienes llegan tarde a las citas, aleguen que el tiempo no les alcanza, que quisieran dilatar los días. La vida se convierte en una maratón perenne, en la cual se disfruta poquísimo cada instante. Si quieres ir de "moderno", pues tienes que andar stressado. Es como la máxima del hoy. Me niego. Al primer café de la mañana, después de ducharme, le rindo culto. Me da igual levantarme una hora antes. 
Al principio de Elogio de la lentitud, un libro de 2004, el periodista Carl Honoré explicaba: "... es entonces cuando tropiezo con el artículo que acabará por inspirarme para escribir un libro acerca de la lentitud. He aquí el titular que me llama la atención: «El cuento para antes de dormir que sólo dura un minuto». A fin de ayudar a los padres que han de ocuparse de sus pequeños consumidores de tiempo, varios autores han condensado cuentos de hadas clásicos en fragmentos sonoros de sesenta segundos. Hans Christian Andersen comprimido en un resumen para ejecutivos. Mi primer reflejo es gritar ¡eureka! Por entonces estoy trabado en un tira y afloja con mi hijo de dos años, a quien le gustan los relatos largos leídos despacio y con muchas digresiones. Pero todas las noches procuro echar mano de los cuentos más cortos y se los leo con rapidez. A menudo nos peleamos. «Vas demasiado rápido», se queja. O, cuando me dirijo a la puerta: «¡Quiero otro cuento!». En parte me siento atrozmente egoísta cuando acelero el ritual a la hora de acostarse el pequeño, pero por otra parte no puedo resistirme al impulso de apresurarme para hacer el resto de las cosas que figuran en mi agenda: la cena, el correo electrónico, leer, revisar facturas, trabajar más, las noticias de la televisión..."
Probablemente por la poca disposición para corretear, podemos ser tachados de ineptos e incompetentes. Todo puede ser. Es una elección ser más del "vísteme despacio, que estoy apurado". Así no acabaré desayunando Red Bull, como el chico de la mesa de al lado cuando esta mañana yo saboreaba mi primer café.

Más información en;
http://movimientoslow.com/es/links.html
http://www.carlhonore.com

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