lunes, 25 de agosto de 2014

TÍA

Para Nedine y Noralis, las nietas de TÍA

Había un perrazo: Jonny. Y una niña que jugaba a que Jonny era su caballo, y él la dejaba hacer. Había una señora diminuta, tierna, que se desvivía por la niña. Aquella señora, la vecina, pasó a ser para siempre TÍA, así en mayúsculas. La niña ya no recuerda qué edad tenía cuándo Leopoldo, el esposo de TÍA, murió. Solas quedaron TÍA y su hija, Tata.
Todo transcurría en Marianao, muy cerca del cine Lido y la terminal de Artemisa. La niña tenía la afición de introducir frijoles, de cualquier color, por los agujeros de su nariz. Mientras más, mejor. Hasta que casi no podía respirar. Y entonces la mamá de la niña, cuando la sorprendía, volaba al apartamento de al lado, a que TÍA la socorriera. Con paciencia, y con una pinza de sacarse las cejas, TÍA iba sacando los frijoles: uno a uno. Entretanto aquietaba a la mamá de la niña. 
Un día se supo que TÍA se mudaba. A Lawton. Ahora la vería menos, había que esperar el momento de visitarla. Nunca más fue lo mismo el segundo apartamento del edificio. Pasaron otros vecinos que pernoctaban en la casa de TÍA, deshabitada ya por siempre.
Cuando la niña creció, recorría en bicicleta la distancia entre Marianao y Lawton, o entre el Vedado y Lawton, o entre donde estuviera y Lawton. A TÍA le gustaba que la llamase antes para avisarle. Porque le gustaba que almorzaran juntas y para ese día de la visita siempre le hacía arroz con pescado. Y movía cielo y tierra para tenerle café.
En la olla de TÍA, el jurel mezclado con arroz se trastocaba en manjar. Las proporciones y algún que otro ingrediente enigmático de aquel arroz con pescado devenían en un refinado plato, imposible de imitar. En lo que se cocinaba, y con el olor dominando la casa, a TÍA le gustaba salir al patio y señalar cómo prosperaban sus plantas.
En aquel edificio de Marianao quedan ya muy pocos vecinos que hayan conocido a TÍA. Casi todos se fueron, también aquella niña y su familia. TÍA sigue en Lawton, con Tata. Ahora ya no hay visitas, se escriben mails. Y el último julio, el día de su cumpleaños, la niña llamó a TÍA. Durante la atropellada conversación la niña creyó entender que ya TÍA no sabía quién era ella, o probablemente sí. No sabe: perversos equívocos de la distancia.

(La obra Cambio de vida, de la pintora Nedine del Valle, se publica en este blog gracias a su generosidad. Más información sobre la artista en https://www.facebook.com/NedineDelVallePaintings) 

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