miércoles, 3 de agosto de 2011

RENÉ

He comenzado a escribir el 29 de julio, cuando él cumpliría 68 años. Ha pasado mucho tiempo, real, desde aquel 27 de noviembre de 1992, pero no me lo parece. Le sigo echando de menos como el primer día. Desde su muerte, creo que soy otra persona. Cambié en todo, sin proponérmelo.
Sigue doliendo tanto por lo inesperado del suceso. Yo cursaba el 4to año de la Licenciatura en Periodismo, y me disponía a comenzar un examen. Entonces me avisaron. El tiempo me dio casi justo para llegar al hospital.
Preferí, en un acto incomprensible quizás, no ver nunca a mi padre muerto. Tampoco en la funeraria. Todos los recuerdos que guardo de él son en vida.
Años después un psicólogo amigo me explicó que como no tenía ninguna imagen de mi padre muerto, por eso siempre volvía aquel sueño en que lo encontraba y corría hacia él. Despertaba tristísima porque mi padre jamás me reconocía. Y la pesadilla volvía cada cierto tiempo: solo cambiaba la locación: y mi amargura, que cada vez era más intensa.
Han pasado ya casi 19 años. Muchas veces me pregunto qué pensaría de la mujer que soy. De mi decisión de no tener hijos, él que era tan de sus niños. De haber escogido para mi sobrino su nombre: René.
Nunca más he guerreado con nadie por un libro: competíamos  para ver quien lo acababa primero. Ni nunca más he sentido que un hombre me celaba tanto: sin maldad alguna, sin recelos, ni deseo de posesión. Era su manera de protegerme, que de muy joven nunca entendí. Me molestaba tanto cobijo, el mismo que ahora daría lo que fuese por tener. Le extraño mucho, a veces insoportablemente.