miércoles, 20 de agosto de 2014

ARABESQUE

Quería que fuera bailarina. De ballet clásico. Se lo oír decir al tío Ciro, el hermano de mi papá, muchas veces. Yo era su única sobrina y poco me ayudaba lo cerca que vivían él y mis abuelos de L y 19. Cada vez que pasábamos frente a la escuela de ballet de entonces, lo reiteraba con letanía. Pero la genética no puso de su parte, casi todos en la familia somos retacos, y yo mucho menos. 
Nada tiene mi cuerpo de largo y estilizado. Siempre fui redonda, aunque a base de dietas lograra adelgazar. De joven hacía ofuscados y tediosos regímenes. Tanto es así que el día que nos reencontramos en Barcelona luego de casi 20 años, mi amigo Ángel me explicaba que los recuerdos venían asociados a mis frugales almuerzos en la CUJAE. Siempre dentro de la mochila, té y huevo hervido. 
Los ayunos se unían a machaques de gimnasio. Larrude primero, en mi época de la Lenin, y luego El Checa y Pablo, podrían atestiguarlo. Entre abstinencias y rutinas de ejercicios, tuve temporadas en que estuve bastante flaca, mas algunas curvas en ciertas partes no se ausentaban. 
Así que lo de ser bailarina se quedó únicamente en mi gusto por la danza y el ballet clásico. Y en el enorme desengaño de mi tío que irritado y durante mucho tiempo, sobre todo cuando se me iba alguna mala palabra, le decía a sus amigos: y yo que quería que fuese bailarina. 


1 comentario:

  1. Creo que quitando las levantadas antigravedad, con unas semanas de ensayo al estilo El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook), tu y yo bordamos ese numerito a pesar de las curvas y las chichas

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