martes, 18 de octubre de 2011

INOCENCIA ARREBATADA

Del montón de noticias que leo cada día, algunas me sobrecogen especialmente. Café Fuerte titulaba: "Grupo teatral aboga en Washington por la libertad de los cinco espías". Hasta ahí todo "normal", sino fuese porque el grupo en cuestión es La Colmenita, y está formado por 22 niños de entre 6 y 15 años.
Desde la redacción de Café Fuerte se precisaba además que habían sido invitados por la Fundación Brownstone y el Comité Internacional por la Libertad de los Cinco.
Los detalles impresionan. Café Fuerte describe que los niños-actores han sido recibidos por dos congresistas demócratas, y luego conversaron telefónicamente con Gerardo Hernández, uno de los Cinco. Se ofrecen más pormenores de esta visita de La Colmenita y las presentaciones que se sucederán en Washington, Nueva York y San Francisco. Otra congresista, republicana ella, ha cuestionado la presencia del grupo teatral en Estados Unidos y se preocupa por estos intercambios culturales.
El mezclar a los niños con la política es nauseabundo, aunque bastante usual en el mundo en que vivimos. Este niño de la foto, al lado de la congresista, ¿sabe de qué va la historia?, ¿quién es esta señora?, ¿por qué otra, del otro partido, no aplaudirá sus funciones?
Sentí igual repulsa, hace más de diez años, cuando mi sobrina de 5 llegó a casa diciendo que la maestra le había dicho que Fidel Castro era el papá de todos los niños cubanos. O hace muy poco, cuando alguien muy cercano a mí me explicaba que a su hijo, que recién comenzó el prescolar en La Habana, una de las primeras tareas que le han puesto es saber exponer qué son los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).
¿Qué pervertido fin nos impide dejar a la infancia crecer? Cada padre es responsable de cómo educa a sus hijos, pero ¿por qué permitimos este manoseo de la inocencia? ¿Por qué mezclar lo cándido con la politiquería?

Foto tomada de Café Fuerte

jueves, 6 de octubre de 2011

ISLOTES

Cuando estudiaba en la Universidad, un amigo que ahora vive en Londres escribió algo. Hablaba de mí, no sé si él lo recuerda, como de alguien triste. Más bien, muy triste. Pero que lo disimulaba. Ha pasado bastante tiempo, y en estos días calamitosos, me siento desbordada.
Nada, nadie, es lo que parece ser. Igual ni yo misma. Es afanoso compartir: una conversación, un instante, pocos minutos. Los móviles no suenan, y si la melodía interrumpe nuestra exaltada quietud,  dejamos que el ruido se apague solo.
Cada quien habita un islote egocéntrico. Evitamos escuchar los pesares del otro, con el pretexto de que bastante tenemos cada uno con nuestros propios abatimientos.
Pasan los días, los meses, los años. Quienes eran amigos se convierten en extraños. Y una mañana, aparece un intruso en tu islote reclamando cordialidad. Y solo te queda desdén para cederle.

domingo, 2 de octubre de 2011

¿BRUTALIDAD INSTINTIVA?

Dicen que las imágenes fueron tomadas en el mismo lugar. Que todo sucedió el mismo día: 24 de septiembre. Las fotos en las que mujeres se pelean como lobas fueron las primeras distribuidas, si mal no recuerdo por la agencia EFE. Las otras, en las que el pueblo baila tan ricamente, las publicaba un blog de la isla adicto al servilismo. Aunque hay quienes no bailan, y esperan ¿qué? adosados a las paredes.
Hay otra que no incluyo en mi post, aparecida también en el mencionado blog, con este pie: Funcionarios de la Oficina de Intereses de EE.UU. en Cuba este 24 de septiembre frente a la casa de la "líder" de las Damas de blanco. Ésta no podía faltar: lo de siempre, que son financiadas.
Más allá de quién les paga, de cuánto reciben, deberíamos reflexionar acerca de si es lícito acorralar al que piensa diferente. En los años 80 del siglo XX nos incitaban a repudiar a quiénes habían decidido marcharse de la isla. E iban las hordas, armadas con huevos, a chillarles: ¡escorias, gusanos! Luego vino el Maleconazo, y nuevamente aparecieron como por arte de magia espontáneos coaccionados que se enfrentaron a los nuevos traidores.
Tres décadas de virulencias para preguntarnos: ¿Es legítimo, justo, de buen ser humano, azuzar a un pueblo a odiarse? ¿Es buen gobernante quien durante años nos ha instigado a vigilarnos los unos a los otros? ¿Hasta dónde llegaremos en este devenir de violencia provocada?

lunes, 26 de septiembre de 2011

ELECCIONES



Tengo el mal hábito de escuchar la radio, mientras cada mañana vengo andando hasta el trabajo. Digo mal hábito, porque como está el patio, apenas oigo buenas noticias. Igual sensación se tiene al hojear la prensa escrita.
Próximas las elecciones generales en España, e intuyendo qué partido se sentará próximamente en La Moncloa, medito sobre qué nos mueve a votar. El programa Salvados, de La Sexta, ha dibujado en sus dos últimas entregas algunas prácticas de los políticos españoles http://www.lasexta.com/sextatv/salvados/completos/salvados__domingo__25_de_septiembre/501473/1)  
Si nos detenemos en las farras del Congreso de Diputados, en un Senado inoperante, en gobernantes que hacen pactos para perpetuarse en el poder, en mágicas promesas para salir de una crisis global, en las falacias de las peleítas gobierno-oposición que juegan a distraernos, en los llamados a entender recortes sociales, sin los políticos tocar sus ingresos... pues  como que apetece ejercer la libertad de no votar a ningún candidato. Que se voten entre ellos, o que les voten los directivos de la banca. Como ciudadanos no deberíamos seguir votando al menor mal. La abstención es también un saludable ejercicio de libertad.

Imágenes:  Portadas de la revista EL JUEVES

miércoles, 3 de agosto de 2011

RENÉ

He comenzado a escribir el 29 de julio, cuando él cumpliría 68 años. Ha pasado mucho tiempo, real, desde aquel 27 de noviembre de 1992, pero no me lo parece. Le sigo echando de menos como el primer día. Desde su muerte, creo que soy otra persona. Cambié en todo, sin proponérmelo.
Sigue doliendo tanto por lo inesperado del suceso. Yo cursaba el 4to año de la Licenciatura en Periodismo, y me disponía a comenzar un examen. Entonces me avisaron. El tiempo me dio casi justo para llegar al hospital.
Preferí, en un acto incomprensible quizás, no ver nunca a mi padre muerto. Tampoco en la funeraria. Todos los recuerdos que guardo de él son en vida.
Años después un psicólogo amigo me explicó que como no tenía ninguna imagen de mi padre muerto, por eso siempre volvía aquel sueño en que lo encontraba y corría hacia él. Despertaba tristísima porque mi padre jamás me reconocía. Y la pesadilla volvía cada cierto tiempo: solo cambiaba la locación: y mi amargura, que cada vez era más intensa.
Han pasado ya casi 19 años. Muchas veces me pregunto qué pensaría de la mujer que soy. De mi decisión de no tener hijos, él que era tan de sus niños. De haber escogido para mi sobrino su nombre: René.
Nunca más he guerreado con nadie por un libro: competíamos  para ver quien lo acababa primero. Ni nunca más he sentido que un hombre me celaba tanto: sin maldad alguna, sin recelos, ni deseo de posesión. Era su manera de protegerme, que de muy joven nunca entendí. Me molestaba tanto cobijo, el mismo que ahora daría lo que fuese por tener. Le extraño mucho, a veces insoportablemente.

jueves, 28 de julio de 2011

LA CIUDAD DEL ESCAPE

"Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los estrangeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única".
Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha

"Yo viví en un mundo y cerca de personas que no volveré a ver. No es, compréndanlo, que no quiero volver a ustedes, es que no quiero volver al pasado. [...] Yo no vivo, floto, Ya no vivo en España / vivo en una isla. / Una isla / llamada soledad".
Gastón Baquero

La ciudad comenzó a ser mía, o yo de ella, cuando trataba de evitarla y quise abandonarla. Al principio pensé que acaso era poco tiempo para ya tener una ciudad, o que ella me tuviese a mí. Pero los recuerdos me atosigaban.
Me descubrí desandando calles de Barcelona, haciendo los caminos mucho más largos con tal de no pasar por algunos sitios. Innumerables veces esquivé el cruce de Avinguda de Roma y Rocafort; la boca de metro de Plaça Espanya, la que da a Creu Coberta; la vista del Tibidabo a lo lejos, acompañado de la torre de Collserola; las torres venecianas; la colorida y musical fuente de Montjuic.
Fueron los primeros referentes de mi vida en Catalunya, y sentía como si no pudiese desasirme de ellos. Estas imágenes recurrentes habían como recubierto las de mi otra capital, la del lado de allá del Atlántico. Aquellas ahora parecían borrosas, eclipsadas, distantes, remotas.
Evocaciones en cualquier esquina de Barcelona: ¿cómo podía ser posible? Mi llegada coincidía con la Navidad del 2001, y tan solo un año y medio después tanta reminiscencia me agobiaba.
Aquella no tan lejana tarde del 2001 me esperaban en el aeropuerto los amigos que habían preparado mi viaje. Tras demasiadas horas en el avión, subí a un coche y con ojos cansados que se empeñaban en no estarlo, vi una intempestiva Barcelona. Alocadamente, sin orden alguno, con el paso de los días, se fueron borrando estas primeras impresiones. Al punto que supliqué a mis amigos que quería regresar a aquel bar de la calle Ferran, donde habíamos cenado.
Recorría Barcelona como si todo formara parte de un sueño, con el temor de que en el momento más alucinante despertaría. Era como si se me diese la ocasión de transitar por calles bellísimas, añoradas, contadas, requetecontadas... pero no vividas.
Deambulaba: Hospital de Sant Pau, la Sagrada Familia, el Passeig de Gràcia en ambas direcciones, rincones del Raval y el Gótico, el Parc de la Ciutadella, el bar Els Quatre Gats... Todo aparentaba estar cubierto por un velo de letargo. Y siempre el miedo de la vuelta a la realidad. Porque, para mí, soñaba.
Adoraba subirme al metro y sentarme al lado de un pakistaní. Escuchar cómo una chica dominicana quedaba con sus amigas para ir a bailar. Más allá un grupo de italianos se quejaba por el fin de sus vacaciones. Una ecuatoriana iba con prisas para su segundo trabajo. Aquel francés me deleitaba con la pronunciación de la r. Y el fondo musical de un violín que tocaba un gitano rumano.
En el inicio me perdía en el laberinto de nombres ajenos, que día a día se fueron haciendo propios: Sants, Nou Barris, Sant Andreu, Eixample, Ciutat Vella, Sarrià, Pedralbes, y la Barceloneta, barrio donde he arrojado temporalmente mis anclas.
Pero, solo a partir de los recuerdos me atosigaran, comencé a creer que estaba en mi nueva morada. Cuando llegué de la isla, Barcelona fue la ciudad del escape. La posibilidad de tener lo que siempre quise. Ver el mar, pero no estar rodeada de mar. Porque la insularidad, inevitablemente, cercena; te hace perder.
Desde una isla, se piensa mucho en lo inmediato; cuesta ver más allá. Por más que trates de que tus ojos y tus sentidos todos vuelen... existe la frontera del agua: un muro transparente en el que las quimeras se ahogan.
Unos pocos pasos y ahí está el salado mar, que ni para paliar bien la ser sirve. Tenía con él una relación de amor-odio. Lo necesitaba: dilapidaba horas perpetuas frente a sus desmedidas aguas; mas a su vez le reprochaba todo lo querido que estaba dispuesto a devorar.
En la península el mar cobra otra dimensión. El Mediterráneo está, es, y no encierra. A sus orillas acuden solitarios que buscan compañía sin atreverse a admitirlo. Van con sus libros o sus perros, dialogan con ellos o con las aguas. Sus mascotas hacen cabriolas en la arena, mientras los ermitaños trazan, quizás sin saberlo, evasivas estrategias de sobrevivencia. Y esperan. Aguardan probablemente a la diosa blanca, milagrosa musa en la antigua Europa mediterránea; u otros, a un Neptuno omnipotente.
Con piedad contemplo en mis paseos a estos náufragos. Hubo un tiempo en que también pedía al mar lo imposible. Que me diera respuestas; me negaba a oír las que estaban dentro de mí.
Hoy, con el paso del tiempo, disfruto Barcelona sin sentirla ajena; pero sabiendo que no le pertenezco. Porque soy una errante. Esta ciudad me dio la libertad de escoger, de decidir a dónde voy, de dónde regreso. De poder creer que existe mañana. Por eso, da igual a dónde vuele, siempre volveré. ¿Qué le debo a Barcelona? Este, mi segundo nacimiento. El indeleble sosiego de la libertad.