Ciertos viajes se emprenden con la ilusión de apropiarse de un mundo desconocido. Mi último, se inició hace un mes.
Estaba convencida de ir hacia un paisaje ajeno, aunque algunos de los protagonistas me eran propios. Solo nos había separado el no haber vivido por una década en el mismo espacio.
He tardado más de dos semanas en reponerme. Algunos personajes olvidaron de dónde vinieron, dónde corrían cuando eran niños, quiénes eran sus amigos y que a veces casi nada tenían para comer. Ahora viven confortablemente en un mundo engañoso, como de parque temático.
Durante largas noches sin dormir, resignada me he repetido que las cosas suceden porque deben suceder. Que también yo vivía ajena a unas cuantas realidades, porque la miseria humana no pide permiso para alojarse entre los tuyos.
En medio de un ingente tormento, ya me he reconciliado conmigo misma. El viaje abrió mis ojos.
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