Sería la exposición del año. Había sido trabajoso, continuamente moviéndose de un lado a otro. Sin anunciarlo a nadie, ni a sus mejores amigos, emprendió el proyecto.
Lo primero fue diseñar la cámara: nada de muecas, expresiones, ademanes, gestos, sonrisas, lágrimas. Creó un dispositivo para captar emociones sepultadas. Ante un grupo o una sola persona, cazaría únicamente la imagen de lo que verdaderamente pensaban o sentían. Le excitó el solo pensar en simuladores desnudos.
Ahora que ya todo estaba listo, recorrió cada uno de los momentos. La obra central de la expo tenía casi las mismas dimensiones que el Guernica de Picasso, y recogía dos hechos memorables de la historia de Cuba: Heberto Padilla leyendo su autocrítica, y el juicio a Arnaldo Ochoa. Además de Padilla y Ochoa, todos los presentes estaban despojados de disfraces.
Quienes asistieran a la muestra verían desnudos de marchas del pueblo combatiente, mesas redondas, reuniones del CDR, de la juventud y el Partido. También aparecía arengando el señor muy viejo, el del cinismo enorme. Y la masa enardecida gritando su nombre.
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